La tormenta

"La Traición Bajo la Tormenta"
Por Twurky, el gato blanco con ojos azules y orejas amarillas tostadas.
Queridos lectores, si alguna vez han pensado que los humanos son criaturas impredecibles, déjenme contarles la historia de esta fatídica noche. Ya saben que soy un gato digno y astuto, uno que no se deja sorprender por las trivialidades del mundo. Bueno, eso pensaba… hasta hoy.
Todo comenzó cuando decidí salir a dar una vuelta por el vecindario bajo la tenue luz de la luna. El viento fresco acariciaba mi elegante pelaje blanco (con esas inconfundibles orejas amarillas tostadas que me hacen tan único). Estaba contemplando mis reflexiones felinas, disfrutando de mi libertad nocturna, cuando de repente… ¡el cielo decidió volverse loco!
Una tormenta. No una de esas pequeñas lluvias que uno puede soportar y sacudirse en el porche. No. Esta era la madre de todas las tormentas, un diluvio épico. En cuestión de minutos, me encontré empapado, con mis delicadas patas blancas sumergidas en lodo hasta los tobillos. El barro pegajoso trepaba por mi cola, esa cola majestuosa que suelo alzar con tanto orgullo. ¡Qué injusticia!
Corrí a casa, tambaleándome entre charcos, desesperado por llegar a mi cálido refugio. Y ahí estaban, mis humanos. Con su usual mezcla de sorpresa y compasión. "Oh, pobrecito", dijeron. Pobrecito, sí, claro… no sabían lo que vendría después.
Primero, y sin la más mínima cortesía, me secuestran. En vez de ofrecerme una toalla respetuosa o simplemente darme algo de espacio para secarme a mi manera (ya saben, como los felinos lo hacemos con elegancia), me levantan como si fuera un muñeco mojado. En sus mentes torcidas, ¿qué creen que hacen? ¡Otro baño caliente sorpresa! ¡Como si la tormenta no hubiera sido suficiente! Me enjabonaron desde la punta de mis orejas (mis hermosas orejas tostadas, para ser precisos) hasta las patas. Toda esa gloriosa capa de barro que había trabajado tan arduamente en recolectar, lavada… ¡con jabón!
La traición no acaba ahí, queridos lectores. Tras el baño, llega la máquina del terror: esa cosa ruidosa que usan para secarme, que hace más ruido que diez tormentas juntas. Me retuercen y me sacuden como si eso fuera a devolverme el control de mi dignidad. ¡Qué ingenuos!
Finalmente, me dejan en el sofá, con la esperanza de que una comida caliente compense lo ocurrido. "¡Mira, Twurky, te hemos traído tu cena favorita!", me dijeron con ojos brillantes y expectantes. ¡Oh, por favor! Un plato de comida caliente no compensa la humillación de haber sido tratado como un trapo de cocina. Aunque, debo admitir, estaba delicioso.
Pero sepan esto: mis humanos pueden ser benevolentes en su torpeza, y por ahora los perdono… pero nunca olvidaré esta traición bajo la tormenta.
Firmado,
Twurky, el gato que no pedía mucho, solo un poco de dignidad.